El testigo de los padres de finales de los 60 que se independizaron pronto del hogar paterno, parece que no ha sido recogido por sus hijos. ¿Por qué no se van?
La comodidad de no tener que ocuparse prácticamente de nada, hace que cada vez más adultos vivan con sus progenitores. En la sociedad actual es muy común que uno o varios hijos adultos vivan con sus padres, sin tener demasiada prisa por tener su propia casa y emanciparse. Las cifras lo demuestran, según los estudios del CSIC, un 60% de jóvenes españoles de entre 25 y 30 años que trabajan, aún no han despegado del hogar familiar.
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¿Por qué no se marchan?
En algunos casos, la falta de independencia económica hace que los hijos tengan que quedarse en casa de sus padres, ya que no disponen de los recursos necesarios. El elevado precio de la vivienda, la inestabilidad laboral, la dificultad para conseguir un empleo satisfactorio y las altas tasas de paro, hacen mella en los jóvenes que desean abandonar el hogar familiar. Otras veces, aunque el hijo tenga trabajo y un buen sueldo, no se independiza hasta el día de su boda. En 1996, la edad media de entrada al matrimonio de los españoles superaba los 30 años y casi alcazaba los 28 para las mujeres.
Sin embargo, son mayoría los que por mucho que tengan trabajo, e incluso pareja estable, se sienten muy “a gusto” en casa de sus padres. La comodidad que aporta la casa de los progenitores ofrece muchas ventajas y pocos problemas. Ventajas del hogar paterno Uno de los factores que actúa como freno en la emancipación de los jóvenes, es la enorme permisividad de la familia en lo que se refiere a costumbres y horarios. No se sienten presionados ni vigilados en exceso, por lo que pueden “soportar” esa falta de autonomía que supone vivir con sus padres.
Otra ventaja de vivir en la casa paterna es la posibilidad de ahorrar, ya que generalmente los padres no exigen una aportación económica a sus hijos. Además, los ya no tan jóvenes de hoy en día, disponen de una habitación propia, un buen equipamiento de música, televisión, informática, Internet… lo cual hace que muchas veces se oigan expresiones como “¿Para qué me voy a ir, si aquí vivo como un rey?”

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Relación con los hijos treintañeros
La relación con los hijos va adquiriendo de forma progresiva unas características diferentes. Son verdaderos adultos con absoluta libertad, capacidad decisoria, e ideas propias. Además, tienen una escala de valores que no necesariamente coincide con la de sus padres. El hijo que sigue en casa no es el niño de antes, es un adulto, a veces con independencia económica y con su propia forma de ser. La relación anterior de obediencia entre el niño y sus padres, pasa a ser una relación entre iguales. Sin embargo, esa igualdad, no es al 100%, ya que los padres ponen la casa, la comida, lavado de ropa y otras comodidades.
¿Qué pueden hacer los padres?
Es importante pensar lo que supone que el hijo siga viviendo en casa. Cómo lo acepta y vive cada uno de los miembros de la pareja, y si les limita en algún aspecto. El hijo tiene unos hábitos propios y no necesariamente hay que estar de acuerdo con ellos. Un paso importante es hacer que conozca lo que piensan sus padres de la situación.
¿Qué se les puede exigir?
A veces parece que seguir en casa de los padres aporta a los hijos un valor añadido de juventud, eludir la etiqueta de adulto, y no asumir las responsabilidades que ello conlleva. Sin embargo los padres pueden exigir ciertas cosas:
1. En el caso de que trabaje, se le podrá requerir cierta aportación económica para ayudar en los gastos del hogar.
2. Los padres deben exigir cierta cooperación en el hogar. Se le puede exigir que colabore en las tareas domésticas, que se implique en los quehaceres cotidianos.
3. Debe respetar los horarios de sus padres. Él vive en casa de sus padres, por lo tanto, se tiene que amoldar al horario y no al revés.
4. Los padres deben marcar unos límites. En su casa tienen derecho a poner una reglas aunque su hijo sea adulto. De esta forma se evitará que el hogar sea una especie de “pensión” para el hijo, a la que se va a dormir y comer exclusivamente.
5. Su hijo sabe cuál es su forma de pensar, y si vive con sus padres, tendrá que aceptar unas normas mínimas como lo haría si viviera en otro lugar.