Recientemente leí un artículo sobre la imagen que proyectamos hacia los demás. Hablaba de porcentajes, de cuánto de lo interior se refleja en lo exterior… ¿Porcentajes? ¡Hay que ver cuánto nos gusta medir!

En mi opinión, la imagen que proyectamos al mundo exterior no tiene medida, no es algo puramente cuantitativo, sino cualitativo… E intervienen diversos factores.

Un buen ejemplo es mi amiga Mari Pili, que no se llama Mari Pili, obviamente. Que me perdonen todas las Mari Pilis, pero es que me parece un nombre gracioso y mucho más apropiado para esta historia que el nombre real de la co-protagonista porque, evidentemente, la protagonista soy yo, aunque sea generosa y ceda mis palabras a las historias de los demás.

En fin, a lo que voy: Mari Pili poseía y posee  numerosas cualidades escondidas bajo capas de inseguridad tejidas a lo largo de los años, provenientes de de una educación basada en los reproches,  en las críticas, en prohibiciones,  en prejuicios, en el «qué dirán» y, sobre todo, en infinitos miedos. A lo largo de esos años, la pobre se refugió en si misma, creyendo a pies juntillas lo que los demás deseaban que creyera, perdiendo su esencia, amoldándose y, en buena parte, acomodándose, a una incómoda armadura. Mari Pili tenía tantas o más sombras que Christian Grey sólo que, a diferencia del atractivo millonario, las sombras de mi amiga:

  1. No eran tan dramáticas ni tan excitantemente interesantes y morbosas como las de Christian Grey.
  2. Eran más de cincuenta. Y más de quinientas, pero es que prefería un número redondo para el título.

Cuando conocí a Mari Pili, me dio la sensación de tener delante de mí una imagen borrosa y con interferencias, como una de esas figuras que ves en la pantalla de la televisión cuando no recibes la señal correctamente. Lo curioso es que, a medida que la fui conociendo, me di cuenta de que la imagen que proyectamos tiene mucho que ver con el hecho de encontrar nuestra frecuencia. En el caso de Mari Pili, cuando conseguía encontrar su frecuencia y ser fiel a su esencia o a su verdadero yo, su imagen se tornaba más nítida,  llena de color, en Alta Definición… ¡Y era una imagen asombrosa!

Al igual que muchas otras personas, Mari Pili se quejaba continuamente de no caer bien a los demás, de no conectar con la gente, de no atraer a los hombres o, incluso, hasta de su mala suerte en general. Buscaba incansablemente la aprobación ajena, como un perrito abandonado en busca de dueño. Y lo más paradójico era que cuando recibía dicha aprobación, no sabía aceptarla. Es más… ¡Le daba miedo!

Un buen día, almorzando en VIPS y degustando varios platos de la carta, aproveché para decirle lo que pensaba antes de que me entrara el sopor post-comilona.

– Pero nena- le dije cuando me comentó que  un albañil rumano le había lanzado un piropo en un perfecto español-. Los piropos no engordan ni son pecado, ¿eh? ¿Te vas a comer las patatas?

– Es que los únicos que me piropean son los inmigrantes y los ancianos- Respondió como excusa.

– ¿Y?

– Pues que me gustaría que me lo lanzara algún chico de mi edad, para variar. Y, a ser posible, guapo. Entonces, sí me los creería.

– ¿Acaso los piropos de los ancianos y los inmigrantes son menos válidos?

¡Acomplejada, miedosa y xenófoba, lo que faltaba!

– No, no- Rió nerviosamente, apretando los labios- No es eso. Es que sólo atraigo gente rara.  Que no es que esos pobres sean raros, es que no son como los hombres que atraen mis amigas. No sé cómo explicarlo…

– Mira reina, no te lo tomes a mal, pero atraemos lo que queremos atraer – Agregué, . Y aunque el mismísimo Hugh Jackman te tirara los tejos, tú seguirías inventando quejas y sintiéndote incómoda.

Mari Pili calló. Bebió un sorbo de Coca Cola e intuí que no quería profundizar en el tema pero a la vez sí que quería. La pobre chica tenía más conflictos internos que un partido político. Aproveché el silencio para pensar en lo que había dicho, porque a veces yo misma aprendo de mi misma cuando hablo… «Atraemos lo que queremos atraer». Por un momento me sentí como una de esas autoras de libros de autoayuda, pero tras analizar mis palabras llegué a una conclusión aún más asombrosa, más castiza y menos manida… «Atraemos lo que nos da la gana atraer», es decir, que dependiendo de si estamos o no bajo la armadura, dependiendo de la frecuencia en la que emitimos la señal, permitimos atraer lo que en realidad deseamos… Aquello me llevó a otra conclusión: Dejando los porcentajes a un lado, es cierto que, teniendo en cuenta que los seres humanos somos energía, gran parte, (por no decir la mayoría) de la imagen que proyectamos, depende de dicha energía, de qué o cómo la transmitimos… Y  puede atraer o repeler.

Cuando Mari Pili emitía en HD, cuando era ella misma, sabía lo que quería y lo atraía. Proyectaba una imagen completamente distinta de la Mari Pili que llevaba la armadura. ¡El cambio era asombroso! Cuando estaba borrosa y se dejaba dominar por tantos conflictos y miedos internos, todos ellos ajenos a ella y aprendidos era turbia, aburrida y algo así como un fantasma . Podrías adornarla como un árbol de Navidad y aun así seguiría siendo borrosa.

Pero cuando brillaba con luz PROPIA, era locuaz, ingeniosa, seductora, convincente, atractiva. Incluso su físico cambiaba. ¡Podría perfectamente liderar a las masas, encontrar un trabajo, ligarse a George Clooney o solucionar el conflicto de Gibraltar!

Tras años de amistad, las 500 -0 más- sombras de Mari Pili han quedado liberadas. Obviamente, el primer paso para conseguirlo, fue darse cuenta de que podía liberarse de sus sombras cuando quisiera, porque en cierto modo se había acomodado a ellas. Lo llamaba «La tranquilidad del fracaso». No es que la chica fuera vaga, porque trabajadora, es muy trabajadora -¡Y muy limpia!-, pero sí que era bastante acomodaticia.

Nada en esta vida, excepto el premio gordo de la lotería, se consigue sin esfuerzo… Y quizá, el mayor esfuerzo es el hecho de dejar los miedos atrás. Sí, los miedos. Porque, si nos detenemos un momento a reflexionar, nos daremos cuenta de que la inseguridad, el odio, la ira, los prejuicios y, en general, todos los límites que nos auto imponemos, son miedos disfrazados de excusas.

Lo mejor de mi amistad con Mari Pili, además de comprobar mis dotes como psicóloga-amiga-consejera -Ya quisiera mi hermana con su licenciatura en psicología ser la mitad de buena que yo- es que entre nosotras se estableció una reciprocidad. Yo aprendí de ella tanto como ella de mi, porque aunque una servidora sea divina y maravillosa, todos aprendemos de todos.

¡La imagen que proyectamos depende de nosotros! Os dejo un vídeo en el que se explican bien los miedos, por qué nos cuesta superarlos y «La zona de confort».

Besos: Sara Glam