Siempre me he hecho esta pregunta, al igual que muchas de vosotras. ¿Es cierto que existe el flechazo o el amor a primera vista entre dos personas? ¿Y cómo es? ¿Qué se siente? ¿Es real?
El cine idealiza estas historias de amor a primera vista, distorsionándolas y convirtiéndolas en una fuerte atracción física con protagonistas atractivos que da paso a un tórrido romance y promete convertirse en un amor «de película» (y nunca mejor dicho).
Conocemos muchas historias que narran el amor a primera vista entre dos personas y, casi siempre, estas historias que conocemos, suelen ser relaciones duraderas. Pero en todos esos casos, el flechazo de Cupido no se limita a una simple atracción física, sino a algo más profundo, que surge espontáneamente, sin ser forzado ni estudiado. No se elige el quién, el cómo o el cuándo. No hablo de almas gemelas, sino de una afinidad que perciben ambas partes, una afinidad en la que uno completa aquello de lo que el otro carece, compartiendo rasgos básicos. O, dicho de otro modo, el ying y el yang.
Y no siempre son fáciles. A veces existe el flechazo pero, por diversos motivos, no todo es tan rápido como en una película de 120 minutos. La incertidumbre y el miedo de uno o ambos, puede retardar o echar a perder una prometedora relación, si no se da el paso. En otros casos, se produce un sentimiento indescriptible e ilógico, que rompe nuestras estructuras y todo aquello que teníamos planificado, sumergiéndonos en la duda, la curiosidad… O en el miedo.
Aunque parezca ridículo, muchas personas temen lo que experimentan tras un flechazo, porque éste implica la posibilidad de una relación estable o porque desnuda nuestros miedos, provenientes de suposiciones, prejuicios, creencias, de decepciones amorosas o del lógico temor a equivocarse y sufrir porque, si ya existe ese miedo cuando conocemos al otro, se amplifica ante una persona desconocida.
Por otra parte, a veces se confunde el amor a primera vista con una fuerte atracción física que, necesariamente, va acompañada de una idealización. Dibujamos a esa persona tal y como nos gustaría que fuese, para completar la química.
¿Existe el flechazo de verdad?
Mis dudas respecto a si existe el flechazo quedaron resueltas tras una charla con mi amiga Nuria. Hacía tan sólo seis meses que había comenzado una relación con Javi, un ex compañero de trabajo y él ya se había declarado. Planificaban su boda para el año siguiente. Era difícil charlar en un bingo solidario navideño, lleno de señoras de alto nivel social, alguna chica joven como nosotras y una mujer que anunciaba los números gritando. La situación se volvió más caótica cuando una familia numerosa, como la tribu de los Brady, se sentó detrás de nosotras.
– ¿No crees que vais un poco rápido? Sólo lleváis seis meses saliendo- Pregunté.
– ¡Nos conocemos desde hace tres años! Bueno, no nos conocíamos bien. Coincidíamos en la cafetería.
– Sí. Y ya sé que había química pero, ¿por qué ahora? Es como si lo hubieras mantenido a la espera por si no encontrabas al hombre perfecto. ¿Y si él se hubiese cansado de esperar?
– El seeisssssssss, el dieeeeeeeez, el ochooooooooo- La mujer del bombo aumentaba su tono de voz a medida que se iba emocionando.
– La verdad es que él también ha tenido relaciones, no me ha estado esperando. Por miedos parecidos a los míos, fracasaron. Pero durante este tiempo ha habido un jugueteo. Ya sabes, ese juego de «sé que sabes que me gustas y yo sé que te gusto, pero vayamos despacio, que no me fío». Nos enviábamos señales y, a veces, no sabía si de verdad esas señales iban destinadas a mí, igual que él tampoco sabía si mis indirectas iban por él. No estaba preparada, ¿sabes? Tenía miedo.
– Ya lo veo. Te conozco desde hace años y desde que rompiste con Luis siempre has tenido relaciones fáciles, que no requerían compromiso. En el fondo, creo que sabías que esas relaciones tenían fecha de caducidad. Pero chica, estabas tan ilusionada que no me atrevía a decírtelo. Además, ¿quién soy yo para decidir si alguien te conviene o no? Por cierto, ¡los chicos eran guapísimos!
– Cuando sufres una decepción amorosa crees que siempre va a ser así. Desconfías. No sabes si atraes por quién eres o por cómo eres. ¿Buscaban a la chica guapa para presumir o les gustaba todo de mí? Y por eso creo que me refugiaba en esas relaciones «con fecha de caducidad», como tú las llamas. Además, también tenía miedo a pasar página, quizá miedo a lo bueno. Ay, no sé…
– Tranquila, eso es lo malo de ser una chica guapa y popular a la que todos admiran.
– ¡Oye, que eso no me tranquiliza!
– El dieciochoooooooooooo, el sesenta y ochoooooooooooo, el nueveeeeeeeee- He de ser sincera, me dieron ganas de darle con el bombo en la cabeza a aquella gritona
– Mujer, al menos soy sincera. Las envidias no van conmigo. Eres repelentemente perfecta. Si me diesen a elegir, me quedo con tu interior. A veces finges ser lo que no eres, pero supongo que también es por miedo. O, mejor dicho, «era». Porque ahora te veo feliz, serena, plena… Esa ilusión con la que presentabas a tus novios es la misma, pero distinta.
– Porque he admitido que lo mío con Javi fue un flechazo. Algo se tambaleó en mi interior cuando le conocí. Pero era un desconocido y yo estaba en otra etapa de mi vida. ¡No voy a repetir otra vez lo de los miedos!
– ¿Qué me dices? ¿Pero existe el flechazo de verdad?
– Pues, como ves, sí. Lo que ocurre es que no conversábamos mucho, no siempre coincidíamos, no sabíamos nada el uno del otro y, bueno, también está lo de los miedos ¡Ya lo he repetido otra vez! En fin, la cuestión es que ambos lo fuimos postergando, a veces olvidándonos y a veces, tanto él como yo hemos estado a punto de tirar la toalla.
– ¿Y quién dio el primer paso? ¿Cómo acabó el juego?
– Soy una mujer tradicional, Sara, a pesar de que haya dado otra imagen. El paso lo dio él. No sabía si iba a acertar o no, pero un buen día se armó de valor, le pidió mi teléfono a un amigo común y quedamos, sólo para charlar. ¿Y sabes qué? Descubrimos que teníamos mucho en común y nuestras diferencias eran compatibles, como si fuésemos las piezas de un puzle, que encajan perfectamente. Comenzamos una amistad, hasta que nos cercioramos de que ese flechazo era real.
– ¡Vaya, no me imaginaba que los flechazos fuesen así! Pensaba que eran como un cosquilleo en el estómago que se siente cuando ves al otro. Como ese anuncio de televisión en el que un chico y una chica se miran, se acercan el uno al otro y se besan.
– Pues ya ves que no. Lo bueno requiere su tiempo. Se comienza despacio y después, cuando compruebas que todo es como imaginabas, ya todo va rodado. No digo que no existan otros tipos de flechazos, pero este fue así.
Esta vez no fui yo quien dio consejos. ¡Un alivio! Pero descubrí que existe el flechazo aunque no sea como lo imaginamos y aprendí que, si algo merece la pena, hay que dejar los miedos a un lado, aunque sea sólo para cerciorarse. Una charla, una simple conversación… ¿Qué puedes perder? Y, como dice El Cholo Simeone, «Si se cree y se trabaja, se puede».