Es inevitable que, cuando finaliza un año, todos nos hagamos propósitos o elaboremos mentalmente una lista de deseos, como si las doce campanadas pudieran convertir a la cenicienta en princesa y no al contrario.

Normalmente solemos ser bastante egoístas en cuanto a lo que deseamos porque quizá ya lo tenemos. Esa lección la aprendí con esos golpes que te da la vida y que  te hacen ser consciente de que en realidad, lo primero que has de desear es que perdure todo lo bueno que tienes. Pero también es inevitable anhelar aquello de lo que carecemos o que nunca hemos experimentado o quizá lo que hemos perdido.

Mi principal deseo de Año Nuevo es conservar todo lo bueno que poseo y, en cuanto a lo que no tengo, sólo pido amor. Perdónenme si aún creo en cuentos de hadas pero quiero creer que hay alguien para mí. Es más, comienzo a creer que merezco que haya alguien para mí, aunque he desperdiciado años creyendo no merecer nada. Al escribir estas palabras, me doy cuenta que además del amor ajeno, ¡Necesito una buena dosis de amor propio!

En cuanto al amor ajeno, no sólo proviene de una pareja, también creo merecer encontrar más gente que me quiera tal y como soy. El amor adopta muchas formas: pareja, amistades, familia…

Mi deseo de conocer y encontrar el amor que quiero no significa buscar desesperadamente  a alguien, sino encontrar a «alguien». La soledad da miedo pero en numerosas ocasiones es mucho mejor que el sufrimiento.

Yo aprendí a estar sola y me sentía orgullosa de ello, porque a pesar de no experimentar lo que deseaba, sabía que era mejor la tristeza y la esperanza que el sufrimiento. En cierto modo, me sentía orgullosa de mí misma por saber que si estaba sola era porque quería, porque no encontraba lo que anhelaba. En esos años, aún crees que todo lo bueno puede suceder…

Aún recuerdo mi adolescencia: Mis amigas iban acompañadas por sus novios, las llevaban en coche, las recogían, las enviaban ramos de flores por San Valentín, las pagaban el cine, las acompañaban. Yo tenía que volver sola a casa, en mi moto, por una oscura carretera, pagaba mi cena, mi cine, solía acompañar a mis amigas y sus parejas, sintiéndome un estorbo. Y lo peor era tener que justificar ante el mundo por qué no tenía novio, cuando lo normal es tenerlo… Aunque a veces, muchas veces, es mejor estar sola que mal acompañada. Esa lección la aprendí cuando, pasados unos años, me traicioné a mí misma…

Se conjugaron una serie de circunstancias. En primer lugar, creí que la madurez de la veintena consistía en olvidar por completo la adolescencia, incluyendo mi propia esencia y juzgándome cruelmente porque, a decir verdad, siempre fui inmadura para mi edad. En segundo lugar, la imposición social sobre el hecho de tener pareja, me hacía sentirme excluida ¡Y habían sido tantos años! Mis amigas pasaron del primer amor a las relaciones formales y la exclusión era aún mayor. Entonces cometí el error más grande:  Ser y hacer lo que los demás imponían, olvidándome de quién era.

Al igual que le habrá sucedido a muchas mujeres, la fuerza de esa imposición social me condujo a conformarme con la primera persona que me prestó atención. Pensé que la suerte estaría de mi lado, pues aún conservaba esa inocencia adolescente (era lo único que conservaba). Pero fue una maldición. Cuando todo terminó, mi creencia sobre aquello que merecía, que ya de por sí era débil, se derrumbó por completo, con el alma rota o, mejor dicho, vacía. Sin esperanza, sin inocencia, sin deseos. Por suerte el tiempo cura las heridas y, lo que es más importante: Nos ayuda a saber lo que queremos y lo que no queremos.

¿Hay mayor fortuna que obtener lo que has elegido que quieres obtener? Ya con el alma casi repuesta, voy dando mis primeros pasos, temblorosos e inseguros. El miedo, va desapareciendo poco a  poco y he comprendido que la madurez consiste en conservar lo bueno de la inmadurez y no olvidarte jamás de quién eres y lo que quieres.  Comienzo a caminar de nuevo, aunque a veces me entre vértigo y tema continuar o derrumbarme. Comienzo a creer que merezco lo que anhelo y no sólo en el amor sino en cualquier faceta de mi vida.

¿Enamorada del amor? Puede. Lo que deseo es experimentar lo que nunca he conocido, ese amor o relación que siempre tuve clara cuando me sentía orgullosa de mi soledad elegida.

No busco ni creo en el príncipe azul. Las cualidades que busco y que hasta ahora no he tenido la suerte de encontrar y  que después no he creído merecer encontrar, son simples. Mis amigas suelen decirme que estoy enamorada del amor o que «no me esfuerzo», como si el amor se basara en una búsqueda del compañero ideal. «Tienes que provocarlo», me dicen.

Curiosamente, suelo ser demasiado analítica y racional pero en algunas cuestiones, creo en el destino. Es algo absurdo, lo sé, pero si algo ha de suceder, vendrá a mí, sin provocarlo ni forzarlo. De hecho, si ha sido así en lo malo, ¿por qué no ha de serlo en lo bueno? Si no ha de ser, lo aceptaré. Pero una cosa tengo clara: Sé lo que no quiero y a quien no quiero. Se tropieza una vez y lo bueno de la oscuridad es que te permite apreciar la luz. 

 

Feliz Año Nuevo y mucho amor ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥, valoren lo que tienen, no se traicionen a si mismas  y ojalá encuentren lo que anhelan.